lunes, octubre 08, 2007

El segundo viaje

La imagen de aquel burócrata con 31 años a cuestas y de mirada perdida, chamarra de cuero (prestada de un amigo) y una boina al estilo de Neruda ya le ha dado la vuelta al mundo y es parte de la iconografía popular. ¿De las artes a las masas? El Che fue lo contrario. Hizo de la guerra de guerrillas un arte, sus libros mantienen la misma vigencia de hace 40 años y cada vez hay más reediciones, Korda lo inmortalizó en una de las fotografías más famosas del siglo XX, Fitzpatrick la retocó para formar una imagen de duotono (originalmente negro y rojo) que ahora se ve en camisetas baratas en todas las capitales de países pobres, tatuada de por vida en la piel de cientos, hasta en tangas que deliciosas mujeres muestran en desfiles de moda en Milán. Finalmente, Warhol hizo una nueva versión que compite en Estados Unidos solamente con la hecha con Marilyn Monroe, uno de los íconos de América. El Che salió de las masas, se quedó en ellas y el arte lo tuvo que tomar porque por primera vez se sentía envidiosa del populacho.

Ahora el arte lo quiere ridiculizar. Se habla de su primer viaje como su gran aventura (para colmo la actúa Gael García que me cae por los hue....), cuando sólo fue eso: una aventura de joven. Se segundo viaje es el que importa. Salió de Argentina para “dar el gran salto a Europa y, tal vez, China” como le decía en una carta a su amiga de Tita Infante. Cuando compró ese boleto de tren de segunda clase para dejar Buenos Aires nunca se imaginó que desembarcaría en un puerto sin retorno llamado HISTORIA.

Su recorrido lo llevó por Bolivia, Perú, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, El Salvador (sí, lo escuchan bien), Guatemala, México y finalmente a cambiar la historia cubana y del siglo XX. Nunca regresó a su patria. Sus ideales y temeridad lo llevaron a pelear en el seno de África y, finalmente, encontrar la muerte hace 40 años en las montañas de Bolivia, un país que lo había impactado por su fuerte movimiento sindical, especialmente de los mineros.

A El Salvador entró dos veces. En su diario, apenas dedica un par de párrafos a su paso circunstancial por el país la primera vez; aunque en la segunda dedica dos páginas enteras a describir el Tazumal. Al que califica posteriormente que no tiene la majestuosidad de Machu Picchu, pero si “emotividad” por su mezcla de culturas maya y tlascalteca que daría como resultado la raza pipil.

La parte final de su diario está plagado de varias menciones al país y de su encuentro con algunos salvadoreños. Del primero, se acuerda de un matrimonio que lo invitó a su casa pero no le dio de comer, de una señora que le prestó una hamaca en Chalchuapa, de alguien que le dio jalón hacia la frontera en un jeep y de un doctor salvadoreño que lo impactó por sus ideas. Banalidades para la historia, más para la salvadoreña que tiene vocación de olvidarse de todo y de mentir en lo poco que se recuerda.

Ese segundo viaje lo llevaría a conocer a Fidel Castro y tomar un buque llamado Granma, derrocar a Batista, llegar al poder en Cuba y enfrentarse a la muerte y a la inmortalidad en Bolivia.

¿Por qué creo que se recuerde al Che? Sinceramente, porque el guerrillero en el mejor de los casos ha sido el Quijote de la modernidad. Y el Che tenía mucho de los dos.

Ya joven creía con firmeza que “la victoria sería conquistada a sangre y fuego y que no puede haber perdón para los traidores; que el exterminio total de los grupos reaccionarios es lo único que puede asegurar el imperio de la justicia en América”. Por eso me molesta que su imagen sea manipulada hoy en día. Justicia no significa un gobierno de izquierda. Justicia es mucho más que eso y el Che lo sabía. El Che luchaba por un sistema justo pero no por un sistema en sí, aunque aseguraba que el “camino ideal” era el comunismo. Por eso estaba de lado de varios partidos revolucionarios e, incluso, comunistas, pero porque por antología eran los opositores a los represores gobiernos militares de la época. No por otra razón.

En ese segundo viaje, cuando era un joven libidinoso y soñador, con apenas 25 años a cuestas, que se acostaba con negritas que hallaba en los barcos que ocupaba y que decía que eran “más putas que las gallinas” , cuando no tenía ni un dólar en el bolsillo y le fiaba a medio mundo, en esos años fue cuando el Che le dejó su mayor enseñanza a la izquierda política, una enseñanza que ha sido frecuentemente olvidada y violada.

El Che le enseñó a la izquierda y a los izquierdistas que el sacrificio por la causa es loable, pero un sacrificio en el que uno juzgue y decida, porque no hay nada peor que la cultura marxista, que “es nula y actúa como simple máquina obedeciendo consignas”. Sí, choca. Yo lo tuve que leer dos veces para salir del asombro que venía de la boca del Che. Después de mi incredulidad, entendí de verdad su grandeza.

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