lunes, septiembre 24, 2007

312 contra 365

Había dicho que iba a postear por una tétrica razón que yo estaba seguro que iba a pasar, que no había posibilidad que no sucediera, no en El Salvador. No en esta realidad. Y es que en un año en Irlanda y viendo en otros países, nunca vi un cuerpo tirado en las calles. Vi muerte, eso sí, y muchas veces fue un encuentro más o menos difícil, bueno, como todos los encuentros que uno tiene con la última fase de la vida: un par de cortejos fúnebres, una incluyendo la de un tipo que se suicidó saltando desde el acantilado enfrente de Corrymeela; la muerte por un paro cardíaco de uno de los participantes en uno de mis grupos; cuando me sacaron de la catedral de Derry porque no me había fijado que había una misa de cuerpo presente... y así.

Pero un año, 365 días, 8760 horas, 525600 minutos, sin ver el cuerpo inerte, despojado de la esencia divina, tirado sobre un pavimento, allá frío, acá siempre hirviendo por el sol. Acá pasó 13 días después de haber llegado, 312 horas. Ahí estaba. Con una sábana blanca y un policía a la par, tomándole las huellas, y la gente agolpada a los alrededores, sin faltar un par de niños. Vale aclarar que, por suerte, no era un muerte por "violencia social", como le llaman los doctos e investigadores a lo que para mí debería llamarse violencia demencial. Este, como suerte -o mala suerte- se debía principalmente a la imprudencia, a aquella cultura de suicidarse en la calles utilzando un timón y un pedal, o a una falla mecánica.
365 días y no pasó nada, contra 312 horas para ver la cotidianidad. Si he regresado, es para eso, para tratar de cambiarlo, aunque sea un poco.

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