domingo, enero 07, 2007

Zurich, la frontera de los Alpes



La primera parada en el camino sin planear. Estaba seguro de que estando acá iba a hacer lo posible por visitar muchas ciudades y países, pero definitivamente jamás se me cruzó por la mente conocer Suiza. La idea, de la Martita claro está, quien fue la que me dio el empujoncito para hacer el viaje, pues me parecía accesible: desde Stuttgart sólo era un par de horas en tren rápido, ella me iba a buscar una oferta en el pasaje y que buscara algún hostal.

El destino en Suiza fue Zúrich, la ciudad más importante de ese país, aunque no la capital. En realidad, es una ciudad pequeña, con un poco más de 400 mil habitantes (para dar un ejemplo, el municipio de Soyapango tiene más gente) y con una buena disposición y un buen dolor de piernas se puede recorrer a pie; pero es impresionantemente limpia y bella, además de ser uno de los centros finacieros más importantes del mundo y la sede de muchas organizaciones, incluyendo la FIFA.

Está ubicada en el borde de una de las cadenas montañosas más famosas de mundo, los Alpes, en la falda de una colina, a la par del lago Zúrich y es cruzada por los ríos Sihl y Limmat. Este último para mí fue un completo shock, porque es tan limpio y cristalino que se puede ver el fondo y es el hogar de muchas aves silvestres, como cisnes salvajes, patos y gaviotas.

Mucho de la increíble limpieza y orden del lugar se debe a que Zúrich, según el último informe mundial del PNUD, es la ciudad con el mejor índice de desarrollo humano. Eso, en lenguaje sencillo es: es donde la gente gana un vergo de pisto y vive bien vergón, casi no se enferma y se muere bien vieja. También es considerada una de las ciudades más seguras del mundo.





En el centro de la ciudad, conocido como Lindenhof, se encuentran buena parte de la mayor parte de las atracciones de la ciudad, como el Museo Nacional Suizo o Landesmuseum; la Estación Central de trenes; la abadía de Nuestra Señora (Fraumunster), construida en el año 853 por el rey Luis Germano; y, a mi juicio el edificio más bello de todos, la Grossmunster, o “Gran Abadía”, declarada por el rey Carlomagmo de Alemania como iglesia imperial.

Las vistas aéreas que logré de Zúrich fueron precisamente desde los campanarios de esta iglesia (conocidos como los “saleros”, por su forma), a los que se llegan después de recorrer unos 280 escalones. Entrar al campanario me sirvió para saber que, normalmente, se pueden subir a los principales campanarios de las ciudades, después de pagar un par de euros, claro.







Una de las cosas más deliciosas que se puede hacer en Zúrich es caminar desde lo más norte de la ciudad, donde se unen el río Limmat y Zihl (el sitio favorito del escritor irlandés James Joyce) y que recorre unos cinco kilómetros, atravesando la ciudad sin interrupción y bordeando el Lago Zurich, en el extremo sur. La calzada es llamada Limmatquai.

El Limmatquai, junto con la Banhofstrasse, tal vez son las calles donde se desarrolla el comercio y el turismo de manera más fuerte en Zurich, pero muchísimos negocios y buena parte de la vida social de la ciudad, como hostales, cafés y restaurantes (y una infinidad de barras show promocionando mujeres de los países de la antigua Europa Oriental) se han instalado en la intricada red de pequeños pasajes que conforman la mayor parte de la ciudad. Esa red también de pequeños pasajes han servido de teatro para grandes acontecimientos de la historia mundial.

Fue en Zúrich donde Lenin inició la planeación de los detalles para la revolución rusa y fue ahí donde surgió también la revolución anti-arte del Dadaísmo, en el mítico Cabaret Voltaire, que todavía se encuentra funcionando. Lo más increíble de todo es que esas dos de las grandes revoluciones del mundo, una cultural y la otra política, comenzaron en el mismo pasaje, el Spiegel – Gasse. En esos pasajes encontré una tienda que me alucinó por completo: era dedicada especialmente a vender artículos sobre dragones. Había desde un simple cenicero o adornos pequeños hasta cosas realmente increíbles como asientos, mesas, lámparas de techo y un ajedrez que me dejó con la boca abierta. Todo era carísimo, exageradamento caro, pero era un sueño para mí poder amueblar mi casa, o por lo menos un cuarto, con esas cosas.

Al final, en Alemania, en una tienda mucho más sencilla, me compré un candelabro y un cenicero y Marta me regaló unos adornos de mesa, todo en forma de dragón. Lo otro importante que hice en Zurich fue visitar la sede de la FIFA, que se encuentra en una de las zonas más lujosas de esa ciudad. En otro “post” pueden encontrar el reportaje que hice y que fue publicado en La Prensa Gráfica.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

como siempre buenísimas fotos! estás super bonitas. Gracias por compartirlas con nosotros!

Anónimo dijo...

Que cosa más bella Christian!!!! Qué envidia!! de la buena, pero qué envidia... yo que vos iba haciendo gestiones para publicaciones... congratulations!

theysee dijo...

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mctele dijo...

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